Música y músicos de la Madrugada

En la Cuaresma de 1993 publiqué un artículo en el número extra de DIARIO16, edición de Sevilla. Abordaba dos de las músicas más representativas que suenan en la Madrugada y hablaba sobre dos protagonistas de ella.

MÚSICA Y MÚSICOS EN LA MADRUGADA

Y llegamos a la noche mágica en la que muchos sevillanos encontramos nuestra identidad. La noche de las Cofradías, la que cada año nos vuelve a sorprender. Y si es noche grande en imaginería, en silencio, en olores, en alegrías, en tradiciones, en bullas e incluso en Luna llena, no lo podía ser menos en Música.

Dos muestras musicales llaman la atención de forma especial en la Madrugada: la música de capilla en la Hermandad de Jesús Nazareno y la de corneta y tambores  acompañando al paso de La Sentencia.

LOS PITOS DEL SILENCIO
Hemos abandonado un tiempo en que quizás nuestros mayores llegaron a conocer la participación de la música de capilla en la liturgia para difuntos y que, como para Rafael Laffón, el sonido del fagot les pareciese sepulcral y gangoso como la voz de la Desnarigada. Hoy estas formaciones de tres o cuatro instrumentistas de viento  presentes en muchas Cofradías, acompañando o no a cantores, reciben una importante atención del público. Aunque estos instrumentos no tengan la sonoridad y potencia de otros y apenas se escuchen más allá de unos metros en el momento en que no existe un absoluto silencio. Por ello, a pesar de que se interpreten con asiduidad las saetas, algunas personas insisten en que los músicos del Silencio tocan menos que los cupones.

Son muchas las Hermandades que incorporan en su desfilar esta modalidad musical e incluso las hay que tienen piezas dedicadas a sus titulares, aunque no se interpreten en sus respectivas Estaciones Penitenciales, como es el caso de la del Calvario que posee tres compuestas en este siglo por Telmo Vela y Lafuente, Christus factus est, En el Gólgota y Agoniza buen Jesús así como Calvario de Enrique García Silva, que también dedica a la imagen del Señor del Gran Poder Pasos en el Gólgota y al propio Jesús Nazareno,  Jerusalén.

Pero ha sido el pueblo sevillano quién ha identificado la música de capilla con las saetas del Silencio. En primer lugar por su antigüedad, no totalmente documentada, pero que podemos situar al menos a finales del XVIII. Dos siglos sonando en la madrugada es algún tiempo, y no olvidemos que el resto de las piezas que hoy suenan en nuestras calles es de este siglo. La propia solera de la Hermandad, su reconocida rectitud en el desarrollo de la Estación Penitencial, su austeridad, la estabilidad en el día de salida, la cantidad de veces que en el pasado lo hizo frente a otras menos constantes y el ser las únicas piezas de este tipo de música que ha llegado hasta nuestros días con un uso además permanente en el tiempo las hacen ser identificadas como la música de capilla por excelencia.

Es Antonio Pantión, al transcribir las partituras más antiguas que de Ocho Canciones a Tres se conservan en los archivos de la Hermandad del Silencio, quién las denomina Saetas. Atribuyo su factura a Francisco de Paula Solís, músico residente en Sevilla a finales del siglo XVIII y principios del XIX, fagotista, miembro de la Capilla de Música de la Colegial del Salvador y que también desempeña su actividad como Músico Principal en la Compañía de Doña Ana Sciomeri, propietaria de un teatro en nuestra ciudad, hermano del Silencio, y participante en diversas manifestaciones musicales de la Hermandad, incluyendo su Estación a la Santa Iglesia Catedral.

LOS ARMAOS  DE LA MACARENA
Practicamente un siglo después la Hermandad de la Macarena, decide tener su propia Centuria, exclusivamente para su Cofradía, a diferencia de las que,  al parecer, procesionaban con diversas y variadas hermandades. Centurias conocidas por los nombres de sus centuriones: de Clemente, de Manzano, de Román y de El Chivo.

Debieron costearse su ropa aquellos primitivos armaos así como los integrantes de la banda de cornetas y tambores a las órdenes de Domingo de la Torre, su primer director, que no permaneció mucho tiempo al frente de la misma. Sería Enrique Senra quién le sucedería en esa responsabilidad, formando parte de la misma hasta 1929 en que la tuvo que abandonar por haberse quedado sin la protección de Santa Apolonia, Virgen y Mártir, patrona de los dentistas.

Enrique había sido también primer maestro de cornetas desde la creación de la banda de la Cruz Roja en 1905 por el Excmo. Sr. Don Polión  Zuleta de los Reales Carniceros general de la Guardia Civil y jefe que fuera de los ejércitos filipinos.

Había nacido en 1882 en la calle Matahacas. Cinco días antes de cumplir su primer año de vida quedaría huérfano de su padre, desbravador de caballos, que moriría de forma fortuita un sábado por la noche a consecuencia de una discusión entre el matador José Campos Cara-ancha y los hermanos Rivas y Baena en el Gran Café Suizo, aquel multicentro del pasado siglo que en más de 2.500 metros cuadrados distribuía café, restaurante, pastelería, hotel, billares, variedades y hasta sirvió como local para la presentación en Sevilla del invento del Cinematógrafo  el 17 de septiembre de 1896.

A los catorce años ingresó como voluntario en el Regimiento de Soria, asentado por entonces en el Cuartel del Carmen,  donde aprendió a tocar la corneta. Se licenciaría poco más tarde como cabo de banda.

Cada Jueves Santo Clotilde, su mujer, iniciaba a las cuatro de la tarde el rito de convertirlo, por obra y gracia de Sevilla, en centurión romano. Personalidad que no abandonaba hasta la noche del Viernes Santo tras procesionar y, posteriormente, haberle rendido a Baco el obligado tributo, recorriendo cada uno de los santuarios esparcidos por sus devotos entre la Macarena y la Puerta Osario, entre Casa Cornelio y El Punto. Seguro que en algún momento en el transcurso de aquellos años compartiría un vaso de vino con algunos confesos anarquistas sevillanos. Que  el inicio de la Via Apia sevillana, las antiguas Calle Real y de la Inquisición Vieja, era pródiga en amigos de la FAI. Y alguno de sus hijos le acompañaban en este peregrinaje recogiéndole aquí la corneta, allí la espada,  más adelante el casco….

También mostraba devoción hacia José Gómez Ortega, Joselito El Gallo. La vinculación del torero con la Virgen de la Macarena se vió especialmente reforzada tras el percance que sufrió en la plaza de toros de Valencia donde una medalla de la Señora de la Esperanza se interpuso entre el pitón del toro y su corazón. De hecho la intervención del maestro permitió que la Centuria saliese de nuevo tras unos años de no hacerlo. Con este motivo y en prueba de agradecimiento los armaos tocarían a la puerta de la casa del diestro de Gelves, en la Alameda de Hércules, la Marcha Real mientras salía a la calle con la túnica de su hermandad.

Pero tal vez la ocasión en que más pudo gozar en el ejercicio de su ciudadanía romana fue en 1905 cuando S.M. el Rey Alfonso XIII recibió a toda la Centuria en los Reales Alcázares tras la procesión. La Guardia Real, recibió militarmente formada  a los armaos  y  el Rey pasó revista a las nobles huestes macarenas para terminar saludando efusivamente a todos y cada uno de sus componentes.

Porque durante la Semana Mayor y, especialmente en la Madrugada, aquí quien manda es Sevilla.

1993

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